El 11 de febrero fue el día de la Mujer Científica. Gracias a Remedios, aprendimos muchas cosas sobre los aviones y los satélites.
En cole lo hemos celebrado así...
Extintores co2 2 kg
El fuego no perdona: la amarga lección de Casa Torcuato.
Miren ustedes, en Granada hay sitios que no necesitan presentación. Casa Torcuato es uno de esos templos del sabor que no solo huele a buen tapeo, sino también a historia, a familia, a sobremesas eternas. Pero este viernes, el Albaicín no olió a calamares ni a puchero, sino a humo, miedo y pérdida.
Pasaban las 10:30 de la mañana cuando el destino, siempre tan juguetón como cruel, decidió colarse por la cocina de este restaurante de leyenda. Una freidora, esa herramienta indispensable en todo local con alma andaluza, falló. No fue un aviso discreto ni un parpadeo eléctrico: fue un estallido de fuego que devoró la cocina en cuestión de minutos. Y como suele pasar, cuando el fuego manda, no hay nostalgia ni tradición que lo detenga.
Uno de los camareros, con la voz quebrada y la mirada perdida, dijo una frase que se te queda grabada: “Sentimos mucha impotencia”. Y es que no hay nada más desesperante que ver cómo el fuego baila sobre tus recuerdos, sobre tu trabajo, sobre el pan de cada día.
Una cocinera, valiente, con reflejos de hierro, corrió a por el extintor, pero ya era tarde. La llama había trepado como una serpiente ardiente por el sistema de ventilación, buscando aire para crecer, para expandirse. El fuego, como los rumores malos, llegó a la planta superior en segundos, justo donde se almacenaban las cámaras frigoríficas.
Aquí es donde entra el maldito detalle: el local estaba cerrado al público, lo que evitó una desgracia humana. Pero no evitó la catástrofe emocional ni los daños estructurales. Porque una cosa es salvar la vida, y otra ver cómo el lugar donde uno ha vertido años de esfuerzo, arde sin compasión.
Los trabajadores estaban en plena faena. Preparaban el menú del mediodía, pelaban patatas, revisaban comandas, se escuchaba la radio baja, el ruido de la vajilla... el día prometía. Pero lo que llegó no fue un cliente exigente ni una crítica gastronómica: fue el fuego.
“Fue una cadena de errores”, dijeron después. Y eso duele más que el humo. Porque uno puede perdonar al destino, pero no a la negligencia. El encargado, intentando apagar el fuego con otro extintor, acabó con quemaduras en la mano. Porque hay momentos en los que uno actúa con el alma y no con la cabeza. Pero eso no apaga incendios.
Aquí hay que poner nombre a las cosas, por duras que sean. Lo ocurrido fue un incendio casa torcuato, un suceso que no se borra con pintura ni con disculpas. Es una alerta. Una campana que suena fuerte para todos los negocios de hostelería.
Y es que, queridos lectores, no basta con tener extintores. Hay que tenerlos operativos, revisados, accesibles y saber usarlos. Porque un local sin una política de prevención es una cerilla en manos del azar.
En este punto, no se puede ser tibio. Hay que hablar claro. La venta de extintores no es un trámite, es una cuestión de vida o muerte. Y lo que es peor: de supervivencia empresarial. Tener uno por obligación legal y no por conciencia es como llevar cinturón de seguridad desabrochado.
Pero más allá del equipo, hace falta formación constante. Saber qué hacer, cómo actuar, cómo no perder segundos valiosos. Porque el fuego es rápido, pero la ignorancia lo acelera.
Vamos al núcleo del problema. El fuego se coló por la campana extractora, esa aliada invisible que cuando falla, se convierte en enemiga mortal. No tener un sistema de extinción automática en la campana es jugar a la ruleta rusa con aceite hirviendo.
No estamos hablando de lujo, sino de necesidad. De supervivencia. De responsabilidad. Porque si ese sistema hubiera estado instalado, tal vez hoy estaríamos hablando de un susto, no de una tragedia.
Y esto va para todos los hosteleros que nos leen con el café en la mano: revisen sus instalaciones. No esperen a que el fuego les enseñe lo que pudieron haber prevenido.
Aquí no hay excusa ni ignorancia que valga. La normativa sobre extinción en campanas de cocina es clara, exigente y necesaria. Saltársela no es solo una infracción administrativa, es una invitación al desastre.
Casa Torcuato reaccionó rápido, sí. Pero sin el equipo adecuado, sin las medidas justas, el fuego fue más rápido aún. Y eso es lo que tenemos que evitar.
Cumplir con la normativa no es para evitar multas, es para evitar columnas de humo en tu vida. Para proteger a tu equipo, a tu clientela, a tu legado.
Hoy, el Albaicín huele distinto. A ceniza, a tristeza, a reconstrucción. Pero también a lección aprendida. Porque Casa Torcuato volverá. Volverá con fuerza, con más alma que nunca, pero también —esperemos— con más prevención.
Nosotros, como sociedad, no podemos permitirnos repetir errores tan previsibles. La hostelería no solo alimenta estómagos: alimenta familias, barrios, ciudades.
Así que a los responsables de locales, a los emprendedores, a los gerentes: no escatimen en seguridad. No recorten en protección. Porque el fuego no espera, y cuando llega, no deja nada.