Los alumnos del CEIP VIRGEN DE LA ANTIGUA ya tienen creada su empresa y se enfrentan a nuevos retos y aprendizajes cada día: Gestionar su libro de cuentas, socios, reuniones, votaciones, actas, hacer frente a un crédito por falta de capital...un sinfín de nuevas experiencias que les están enseñando muchos contenidos curriculares y valores aplicados en su vida diaria.
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Sábado infernal en Villadiego: los voluntarios que apagan fuegos y silencios.
Villadiego, querido lector, no está en los grandes mapas de lo espectacular, pero ahí se palpa el valor sin maquillaje. Una tierra de cereal y de coraje, de cosechas que se trabajan a pulso, de campos que arden más por desidia ajena que por combustión espontánea. Ahí, en el corazón de esa Castilla olvidada por el ruido mediático, los bomberos voluntarios se enfrentaron este fin de semana a lo que en otros sitios colapsaría titulares y redacciones. Aquí, simplemente lo apagan… y a otra cosa.
El reloj no había terminado de aclarar el cielo del sábado cuando sonó el primer aviso. Una cosechadora en llamas en Villanueva de Odra. Quien no ha visto arder una máquina de esas no sabe lo que es ver cómo se esfuman miles de euros, horas de trabajo, y sudor de generaciones. Llegaron rápido. Maniobraron con precisión. Y sofocaron lo que pudo haber sido un desastre de mayores proporciones. Pero esto no era más que el aperitivo.
Porque, apenas regresaban, otro aviso. Esta vez en Villegas. Otro incendio agrícola, otra máquina ardiendo en mitad de la faena. No es que el destino se haya ensañado con los pueblos, es que los recursos escasean y el riesgo abunda. Las máquinas acumulan temperatura, los campos están secos como la política forestal de las últimas décadas, y los incendios se propagan a velocidad de vértigo.
Es aquí donde uno empieza a pensar en lo importante que es comprar extintor. No para presumir de cumplimiento normativo, sino porque en cuestión de segundos puede marcar la diferencia entre una anécdota y una catástrofe con lágrimas.
La jornada, que ya iba cargada como los remolques en agosto, se tensó más con otro aviso: accidente de tráfico con atrapado en Padilla de Abajo. Aquí no hay sirenas de película ni helicópteros de telefilm. Aquí hay hombres y mujeres con mono de faena, herramientas compradas con subvenciones y buena voluntad, que excarcelan con precisión quirúrgica y el temple de los que no se permiten el fallo.
Y es que, si ya a estas alturas alguien no ha entendido que conviene comprar extintores, tal vez tenga que ver un campo quemado, un coche ardiendo o una vivienda devorada para comprenderlo.
Más tarde, el reloj marcaba las seis cuando Guadilla de Villamar pedía auxilio. Otra cosechadora, otra hectárea que ardía sin compasión. El equipo —siempre el mismo, siempre disponible— acudió. Coordinados, rápidos, valientes. Sofocaron el incendio, pero no pudieron evitar que el fuego se llevara por delante parte de la cosecha y más de dos hectáreas de tierra trabajada.
Este es el punto en el que todos deberíamos preguntarnos: “dónde y cuándo es obligatorio tener un extintor”. La respuesta no está en un manual técnico, sino en el sentido común: en todo lugar donde exista riesgo de fuego, debe haber un extintor a mano. Vehículos agrícolas, talleres, almacenes, viviendas, garajes… No hablamos de burocracia, hablamos de supervivencia.
Cae la tarde, pero el fuego no descansa. A las nueve y media, de nuevo en Villegas, otra llamada: otra máquina, otro campo, otro susto. Van, responden, actúan. Sin cámaras, sin flashes, sin declaraciones institucionales. Lo que hacen, lo hacen porque creen que merece la pena. Porque entienden que el servicio a la comunidad no puede depender únicamente de presupuestos y pliegos.
Y cuando por fin creen que pueden quitarse las botas y dejar la manguera, llega el sexto aviso. Villavedón. Otra cosechadora, otras veinte hectáreas calcinadas. Es la guinda amarga de una jornada que empezó antes del café y terminó con la luna ya colgada en el cielo.
A estas alturas, si usted no ha comprendido que comprar extintor no es una opción sino una obligación ética y práctica, entonces está corriendo un riesgo innecesario. Porque cada intervención es un recordatorio de lo mucho que podemos hacer antes de que el fuego estalle. Antes de que todo arda.
Todo esto ocurre mientras en los despachos se discuten cifras, normativas, competencias. Mientras los presupuestos se recortan, las subvenciones se congelan y los pueblos se vacían. Pero hay algo que no desaparece: la entrega de quienes siguen al pie del camión, de la cisterna, del extintor. Y ahí, entre mangueras y rescates, está la verdadera esencia del servicio público: el que no espera nada, pero lo da todo.
Villadiego ha vivido una jornada negra. Y la vivirá otra vez, porque el verano apenas comienza y los riesgos se acumulan como la paja en los remolques. Pero lo hará con la certeza de que hay manos preparadas, corazones firmes y pulmones dispuestos a llenarse de humo para que otros respiren tranquilos.
Nosotros, desde aquí, lo contamos. Con respeto, con admiración, y con una advertencia: no espere usted a que le arda la maquinaria, la casa o el coche. Actúe antes. Prevenga. Equípese. Infórmese. Y sobre todo, no olvide lo básico: comprar extintores salva más vidas de las que las estadísticas reconocen.